Nietzsche manifestó frente a su pensamiento un prototipo de
hombre ideal, el Ubermensch, regido bajo un sistema propio de valores,
prescindiendo de la moral convencionalista popular, no obstante, fue un hombre
que desprendía una actitud de melancolía y al mismo tiempo de fortaleza
interna. Su filosofía era una plegaria parabólica que trascendía más allá de lo
meramente conceptual, era una reflexión que cubría en gran parte los preceptos
filológicos reflejados y expuestos en sus escritos sobre “La genealogía de la
Moral” y “El nacimiento de la tragedia”, así como también dio a proveer un
valor ético autónomo en las disertaciones de Zarathustra. Su vida,
paradójicamente, no estuvo tan estrechamente vinculada con su pensamiento, y
sin embargo fue un individuo con principios éticos estrictamente marcados y
totalmente fuera del contexto que ha impuesto la sociedad. Con la mirada pasiva
y la serenidad de su débil temperamento, Nietzsche logró trascender
eminentemente en el pensamiento contemporáneo obteniendo un espacio renombrado
como uno de los “filósofos de la sospecha” y el quebrantador de la filosofía
tradicionalista, el iconoclasta del dogma y del partidismo, un pensador al que
se le ha evocado de manera proliferante y así como se la ha admirado, también
se le ha criticado incesantemente, pero a Nietzsche esto no le preocupaba, el
Eterno Retorno se ocupa de resurgir lo que se ha destruido, es un proceso de
restauración en el que el caos por si mismo crea orden y los ciclos se vuelven
insuperables, interminables y vastos en la existencia, solo así es como la vida
y pensamiento de este hombre han podido elevarse ante las posibles
interpretaciones que han puesto en tela de juicio en aquellos que se dedicaron
a estudiarlo a profundidad y quienes se han visto confrontados y hasta
identificados de sobremanera con su concepción.
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